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Reporte del Economist Intelligence Unit (EIU) publicado por el periódico La Jornada el 25 de marzo de 2014:

 

Divisas virtuales: sanas y activas

 

Han hallado al padre a tiempo para el funeral del hijo. Ese parecería ser el triste estado de cosas en la tierra de la criptodivisa llamada bitcoin, si se ha de creer a las informaciones recientes de los medios. El 6 de marzo, Newsweek reportó que había ubicado a Satoshi Nakamoto, el elusivo creador de la bitcoin. Y el 11 del mismo mes la bolsa japonesa en línea que durante mucho tiempo había dominado el comercio en esa divisa antes de perder 490 millones de dólares en bitcoins de los clientes a precios actuales, una vez más volvió a presentar una solicitud de quiebra, esta vez en Estados Unidos.

 

En realidad, las cosas son muy diferentes. Hay cada vez más indicios de que Dorian Satoshi Nakamoto, a quien Newsweek identificó como el padre de la bitcoin, no es el Satoshi que interesa en este asunto. Y algo más importante: los mejores días de la bitcoin pueden estar por venir, si no como una divisa real, al menos sí como plataforma para la innovación financiera. Así como la Internet es un fundamento para servicios digitales, la tecnología que sustenta la bitcoin podría desencadenar una revolución en la forma en que las personas poseen bienes y pagan por ellos. Los geeks de todo tipo se emocionan, entre ellos un número cada vez mayor de capitalistas de riesgo, que reconocen una nueva plataforma cuando la ven.

 

Para entender el entusiasmo por esta divisa moderna, ayuda pensar en una muy antigua. Hasta principios del siglo XX, los pobladores de Yap, una isla del océano Pacífico, usaban grandes discos de piedra como moneda para gastos grandes, como la dote de una hija. Como eran muy pesados, rara vez se les movía cuando se gastaban: simplemente cambiaban de dueño. Cada transacción se volvía parte de una historia oral de propiedad, que permitía a los isleños conocer al dueño de cada piedra y hacía difícil gastar dos veces la misma.

 

Las bitcoins tampoco se mueven cuando son transferidas. La mejor forma de entenderlas es como entradas en un gigantesco libro de contabilidad, la cadena de bloques, que contiene el historial de transacciones de cada bitcoin en circulación. Se mantiene al día con ayuda de la criptografía y una considerable potencia de cómputo, aportada por una red global de decenas de miles de computadoras. Una vez más, la apertura ayuda a mantener la seguridad del sistema: la cadena de bloques es pública, de modo que cada participante puede revisar si una transferencia proviene del propietario legítimo.

 

Este esquema es la primera solución funcional a uno de los problemas más irritantes del reino digital: ¿cómo transferir algo de valor de una persona a otra sin intermediarios, para asegurarse de que el bien en cuestión no sea copiado o, en el caso del dinero, gastado más de una vez? Y la bitcoin logra ese objetivo mediante una operación abierta (a diferencia de los mecanismos convencionales de pago, que buscan seguridad ocultándose de extraños). Esto significa que terceros pueden utilizar las características de las bitcoins sin tener que pedir permiso a nadie, tal como ocurre con la Internet.

 

Tal innovación sin permisos, como se dice en la jerga, debe en su momento producir un caudal de aplicaciones. La tecnología de bitcoins puede emplearse para transferir bienes tanto en otras divisas como en cualquier tipo de activo financiero. Esto a su vez permitiría crear transacciones descentralizadas en las que los tenedores de activos comerciarían en forma directa. Y se puede programar el dinero para que cumpla ciertas condiciones, por ejemplo, que sólo se pueda liberar si un tercero está de acuerdo.

 

Algunos quieren que la propiedad de ciertos artículos –un automóvil, por ejemplo– sea representada por una bitcoin o una fracción de ella. El auto sólo funcionaría si se enciende con una llave que incluya la ficha de la bitcoin. Con ello se facilitaría mucho el manejo de la propiedad y el acceso a activos físicos: la ficha podría ser vendida o alquilada, lo cual permitiría esquemas flexibles de renta de autos entre pares. Tal propiedad inteligente convertiría la cadena de bloques en un registro global de propiedad de activos físicos.

 

Todo esto puede sonar a ciencia ficción, pero un número cada vez mayor de nuevas empresas trabajan para llevar esas aplicaciones al mercado. Coloured Coins y Mastercoin presentarán en breve programas que permiten comerciar con otros activos financieros, como acciones y bonos. El proyecto más ambicioso es Ethereum: lanzará una nueva cadena de bloques, similar a la bitcoin pero sin relación con ella, con un lenguaje de programación para encriptar instrumentos financieros y otros contratos.

 

Aunque en general los bancos se han deslindado de la bitcoin como divisa, también han comenzado a explorar otros usos de la tecnología. No es probable que actúen con rapidez, pero hay muchas posibilidades. Por ejemplo, los bancos globales podrían usar sistemas semejantes a la bitcoin para transferir dinero entre subsidiarias. Incluso podrían emitir sus propias criptodivisas.

 

Sin embargo, convertir la bitcoin en una plataforma tiene sus riesgos. Algunos geeks temen que la red alcance su límite de 300 mil transacciones por día cuando aparezcan nuevas aplicaciones en línea. Otra causa de preocupación es que a medida que la cadena de bloques, que ya ha triplicado su tamaño a 15 gigabytes el año pasado, continúe creciendo, menos participantes en la red la almacenarán.

 

Sin embargo, si la historia sirve de guía, la cadena de bloques se mantendrá bien. Hace dos décadas, cuando millones de personas entraron en línea tras la invención del navegador, los expertos predijeron el colapso de la Internet. Los ajustes técnicos salvaron la situación en varias ocasiones. Y aun si la bitcoin se derrumbara, lo más seguro es que otro sistema similar tomará su sitio.

 

Traducción de textos: Jorge Anaya

Derechos: Economist Intelligence Unit  en asociación con INFOESTRATÉGICA www.infoestrategica.com

 

 


 



 

 


 



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