Artículos editoriales |
Fecha: 21/11/08 |
¿Eres un buen capitán de empresa? Alejandro Gómez Tamez * Mucho se ha dicho acerca del efecto que tendrá en la economía de los Estados Unidos y en la nuestra, el eventual colapso de su industria automotriz. Se ha señalado que el efecto se sentirá desde las plantas de ensamblaje hasta las empresas de transporte de personal; desde las agencias automotrices hasta las cocheras de los hogares, desde las gasolineras hasta los supermercados. Y es que el colapso de la industria automotriz americana no sólo afectará a los 350 mil estadounidenses que trabajan directamente para la General Motors, Ford Motor y Chrysler; ya que uno de cada 10 personas en los Estados Unidos está empleado en un servicio relacionado con la industria automotriz. Si se cierran las plantas, también lo harán los proveedores, y otros negocios que dependen de la clientela que labora en la industria automotriz se verán afectados al ver que sus clientes dejan de comprar por haber perdido su empleo.
Si esto se extiende a México, el efecto será igualmente negativo en los estados en los que hay plantas armadoras y ensambladoras de automóviles de estas tres grandes compañías, y en donde se han desarrollado “clusters” o economías de enclave en torno al sector automotriz. Se verían afectados proveedores de materias primas e insumos, las empresas transportistas, los que brindan servicios de limpieza, los que dan servicio de comedor, entre muchos otros negocios.
De acuerdo a datos de la industria, el efecto de esto en los Estados Unidos sería devastador: se ha señalado que en dicho país cerca de 3 millones de empleos se perderían en el primer año, y otros 2.5 millones se perderían en los siguientes dos años. El ingreso personal en los Estados Unidos caería en más de $150 mil millones de dólares en el primer año. El costo a los gobiernos locales y federal podría llegar a los $156 mil millones de dólares en tres años, debido a la menor recaudación fiscal, desempleo y mayores costos de seguridad social. La producción estadounidense de automóviles podría caer a cero, inclusive en otros países (como México) debido a la quiebra de los proveedores.
Los tiempos son muy difíciles para los tres grandes fabricantes de automóviles en Estados Unidos, y la psicosis que enfrentan no les está ayudando. Y es que basta con formular un par de preguntas para entenderlo mejor: ¿Compraría usted un carro de una empresa que probablemente se vaya a la bancarrota? ¿Compraría usted un carro para el cual el día de mañana tal vez no haya refacciones porque el fabricante quebró? Muy probablemente sus respuestas sean no, y eso es precisamente lo que les está pasando a estas empresas en Estados Unidos; y bien, este problema tiene el riesgo de extenderse a México de forma más severa.
Y bien vale la pena hacer otra pregunta: ¿qué fue lo que causó este problema? La respuesta es compleja. Podemos mencionar el papel que han jugado los sindicatos americanos para que la mano de obra en la industria automotriz de ese país sea considerablemente más alta que el costo de la mano de obra japonesa o coreana. Podemos hablar de la falta de investigación y desarrollo por parte de los fabricantes americanos. También podemos señalar a los elevados precios del petróleo y su repercusión en el costo de la gasolina, de manera que los consumidores cambiaron a modelos mucho más eficientes y económicos en el uso de combustibles.
Todo lo podemos resumir de la siguiente manera: la industria automotriz estadounidense se volvió obsoleta fabricando modelos que los consumidores a nivel mundial ya no quieren. Efectivamente ahora la industria automotriz produce carros que en promedio son más caros, contaminantes e ineficientes que sus contrapartes coreanas o japonesas. Así pues, si se concreta un programa de salvamento de estas industrias en los Estados Unidos, éste debe tener como principal objetivo el modernizar a dicha industria, ya que de lo contrario, los $25 mil millones de dólares que están solicitando ahora no servirán de nada y en pocos meses estarán solicitándole más dinero al gobierno de aquel país.
Y es que esta historia no es nueva. Hay que recordar a la legendaria marca británica Leyland, la cual se gastó el equivalente (en dólares actuales) a $16.5 mil millones de dinero gubernamental en los años setentas y ochentas, antes de eventualmente desaparecer. Solamente dejó atrás el recuerdo de sus carros icónicos como el Triumph y la enseñanza de la poca efectividad de la ayuda gubernamental cuando las empresas con problemas no ponen de su parte para modernizarse.
Debe quedar muy claro que la crisis de la industria automotriz de Estados Unidos no se debe a la crisis financiera internacional, al menos directamente (más allá de cierta disminución del crédito para la adquisición de automóviles). Es cierto que todas las empresas automotrices a nivel mundial están enfrentando problemas (veamos el caso de Opel en Alemania), ya que como en toda situación recesiva, cuando hay una caída del ingreso y el empleo, las familias tienden a recortar sus gastos en bienes duraderos, pero las empresas automotrices japonesas, europeas y coreanas no se acercan a tener los problemas que si tienen las estadounidenses.
Así, los empresarios en México debemos aprender de esta situación y distinguir lo que es una crisis en la empresa causada por que su producto es obsoleto (no es lo que el mercado quiere) y por lo tanto no se vende; y lo que es una situación de dificultad en su empresa causada por la crisis financiera internacional y lo que esto trae consigo.
Desde luego que es muy fácil echarle la culpa a la “crisis financiera internacional” de lo que pasa en nuestra empresa, pero realmente debemos ser honestos en un ejercicio de análisis de lo que realmente está causando los problemas en la empresa personal o donde uno labora. Y es que ahora en día, contrariamente a lo que piensa la mayoría, también hay empresas que están registrando muy buenos niveles de ventas y de desempeño, ¿Y a qué se debe esto? Pues a que tienen un producto que demanda el mercado y porque le han apostado fuerte a la innovación y al valor agregado que beneficia al cliente.
Así, para estos tiempos que requieren audacia e inteligencia, podemos señalar el siguiente decálogo de 10 principios empresariales: prudencia de inversiones, activación de la gestión de compras (revisar quienes son nuestros proveedores y el servicio que nos dan), controlar el riesgo de clientes (estar muy pendientes de la cartera de clientes), identificar fuentes de financiamiento, no exceder la capacidad de endeudamiento del negocio, brindar capacitación más exclusiva, optimización fiscal, aprovechar las líneas de crédito de las Pymes, y activación para la entrada en mercados extranjeros.
En la medida en que haya buenos capitanes de empresa, que sean activos, sepan hacer números y sean visionarios en relación a lo que el mercado necesita, tendremos empresas más fuertes en México. La apuesta debe ser por la innovación y por el desarrollo de tecnologías. No caben las lamentaciones, y hay que recordar la siguiente frase por parte de Albert Einstein: “La definición de la locura es pretender conseguir unos resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”. Director general GAEAP |
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